Inicio la rutina encorvado. Cierro los ojos y tomo consciencia de mi propio cuerpo. Me deslizo cerámica abajo a gran velocidad y salgo proyectado hacia el infinito. Mi cara estampada contra un viento de agujas se congela en una expresión que abraza la relajación y la concentración… varios segundos… Éter… Niza.
Al notar el primer roce de la nieve trepando por mis esquís ejecuto, con un automatismo depurado tras los años, el telemark más bello del mundo. Una postura que haría estallar de envidia, los dientes de Simon Ammann. Dejo que la inercia haga todo lo demás y me vacío.
Una vez acabado el ejercicio, compruebo los resultados obtenidos y satisfecho, abrazado por una ovación cerrada, reflexiono en silencio sobre los criterios del olimpismo.
Jódete Simon...